CUANDO LA GRASA TAMBIÉN HABLA: LO QUE EL CUERPO GRITA CUANDO LA MENTE CALLA

Durante años, la grasa ha sido convertida en enemiga. Se ha reducido a una cifra, una talla, un objetivo. Sin embargo, desde la perspectiva de la arquitectura emocional, sabemos que el cuerpo es mucho más que un objeto a modificar. Es un lenguaje. Y la grasa, lejos de ser un "fallo", es una de sus formas más elocuentes de comunicarse.

Este artículo nace de una necesidad urgente: dejar de hablar de la grasa como un problema estético y empezar a comprenderla como un mecanismo biológico, emocional y social profundamente complejo. No se trata de romantizar el exceso ni de demonizar el tejido adiposo. Se trata de preguntarnos, con honestidad: ¿qué está intentando decirnos el cuerpo cuando acumula grasa?

UNA VISIÓN INTEGRADORA: CUERPO, EMOCIONES Y NEUROBIOLOGÍA

El tejido adiposo es, en términos estrictamente científicos, uno de los sistemas más activos del cuerpo humano. No solo almacena energía; también produce hormonas, regula la temperatura, protege órganos y participa en el equilibrio endocrino. Según el estudio de Trayhurn y Beattie (2001), el tejido adiposo funciona como un verdadero órgano endocrino. Esto significa que está en constante diálogo con el resto del cuerpo, especialmente con el cerebro.

Y ahí es donde entra el componente emocional.

La psiconeuroendocrinología -una disciplina que estudia la relación entre mente, sistema nervioso, hormonas y cuerpo- ha demostrado que nuestras emociones influyen directamente en la forma en que almacenamos y distribuimos la grasa corporal. No es casualidad que, bajo estrés crónico, ansiedad o tristeza profunda, el cuerpo reaccione modificando su composición.

CUANDO EL CORTISOL HABLA: ESTRÉS Y GRASA ABDOMINAL

Ante una situación de amenaza (real o percibida), el cuerpo activa el sistema simpático: lucha o huida. Esto implica la liberación de cortisol, una hormona que, si se mantiene elevada en el tiempo, favorece la acumulación de grasa visceral, especialmente en el abdomen.

El estudio de Epel et al. (2000), publicado en Yale University, demostró que mujeres con altos niveles de estrés tienden a acumular más grasa en la zona abdominal, independientemente de su peso total. Esto se debe a que el cuerpo, bajo amenaza constante, prioriza la supervivencia. Guarda energía, desacelera el metabolismo, y almacena en el centro del cuerpo: cerca de los órganos vitales.

TRISTEZA, DESEQUILIBRIO Y HAMBRE EMOCIONAL

La tristeza y la depresión generan otro tipo de desequilibrio. Al disminuir la serotonina, muchas personas experimentan un aumento del apetito por alimentos reconfortantes: azúcares, harinas, grasas. No es falta de voluntad. Es bioquímica.

Este fenómeno, conocido como "hambre emocional", lleva a que la grasa se deposite en zonas como muslos, caderas y abdomen. En otros casos, la tristeza apaga el apetito, pero ralentiza el metabolismo, lo que también puede conducir a una acumulación compensatoria de grasa corporal.

IRA REPRIMIDA Y DESREGULACIÓN METABÓLICA

Las emociones reprimidas también dejan huella. La frustración constante o la ira no expresada estimulan la secreción de adrenalina y cortisol. Esta combinación mantiene el sistema nervioso en un estado de alerta crónico, alterando el metabolismo e impactando negativamente en la forma en que el cuerpo procesa los nutrientes. La grasa, de nuevo, aparece como un mecanismo de protección.

EQUILIBRIO EMOCIONAL: EL ENTORNO HORMONAL ADECUADO

Cuando vivimos en un estado de mayor regulación emocional, el cuerpo también responde. Se equilibra la leptina (hormona de la saciedad), la grelina (hormona del hambre) y la insulina. Esto permite que la grasa corporal se distribuya de forma funcional, sin excesos ni carencias, adaptándose a las necesidades reales del organismo.

Este equilibrio no se alcanza desde la exigencia ni desde la restricción. Se construye desde la comprensión profunda de lo que nos pasa, desde la posibilidad de nombrar lo que sentimos y desde la capacidad de sostenernos emocionalmente sin juicios.

LA ARQUITECTURA EMOCIONAL COMO RESPUESTA CULTURAL

El cuerpo no se transforma con odio. Se transforma con escucha.

La propuesta de la arquitectura emocional no es terapéutica, es cultural. Nos invita a dejar de ver al cuerpo como un proyecto a corregir y empezar a tratarlo como una casa viva, que cambia, que recuerda, que acumula lo que no se ha dicho. La grasa no es solo un tejido: es, muchas veces, el resultado de una historia que no tuvo espacio para ser contada.

En lugar de preguntarnos cómo eliminar la grasa, tal vez necesitamos preguntarnos: ¿qué me está pidiendo esta parte de mí que ha tenido que protegerme todo este tiempo?

Hablar de grasa desde esta mirada es una forma de dignificar el cuerpo. Es reconocer que el bienestar no se mide en kilos perdidos, sino en la paz recuperada. No necesitas estar en guerra con tu cuerpo para empezar a cuidarlo.

Tal vez la próxima vez que mires esa parte de ti que tanto te incomoda, puedas hacerlo desde otro lugar: con respeto, con escucha, con compasión. Porque a veces, lo que llamamos exceso, no es otra cosa que una forma de sostener la vida cuando nada más podía hacerlo.

Y eso también es sabiduría corporal.

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